Joaquín Montaña
Un leonés, único español vivo ex prisionero de los gulags rusos
El leonés Joaquín Montaña es el único ex prisionero español de la División Azul en Rusia con vidaF. Fernández / Villafranca
Los motivos que llevaron a Joaquín Montaña a la División Azul son muy claros: 7,30 pesetas de sueldo del año 42 y 4 marcos para enviarle la mitad a a su madre en Villafranca". Así explica Ramón Cela cómo un vecino suyo, un villafranquino, acabó alistado en la División Azul y después sufrió 12 años de cárcel en los gulags soviéticos. Hoy Joaquín Montaña es el único ex prisionero de guerra español en las cárceles rusas con vida, con 84 años, y ha llevado su vida a un libro que acaba de publicar con el título de 'En Rusia con la División Azul' (Peñalba Ediciones).
Todas las guerras han dejado una huella imborrable en numerosas biografías humanamente impresionantes, el margen de colores, tendencias o bandos. Por eso Ramón Cela incide en los motivos que llevaron a Joaquín Montaña a combatir en un frente y lo complementa con la postura que mantuvo el berciano al regresar de Rusia. "Yo era un niño pero aún recuerdo cómo fuimos a recibir a Joaquín en el estación de Villafranca a su regreso, como un héroe". Sin embargo, este personaje no se dedicó a pasear sus medallas por Villafranca o a intentar cobrar las prebendas de su odisea. Se convirtió en un ex combatiente al que le gustaba muy poco hablar de aquello que había pasado, respondía con evasivas ("aquello era muy duro", "las guerras siempre son muy crueles" y cosas así).
La versión de Cela la corrobora el propio Joaquín Montaña en esa especie de diario que es el libro: "… Mi madre me preguntaba dónde me había metido dos días que falté. Habíamos ido a León y no queríamos que supieran nada en casa. Entonces la respuesta era fácil y una madre siempre se quiere creer lo que le cuenta su hijo. Seguro que si supiera cuales eran las intenciones, no me dejaría marchar. Siempre era el trabajo la disculpa y que no había quien lo hiciera, por eso había faltado dos días de casa.
Guardamos el secreto hasta que fuimos a tomar el tren. Además había otros jóvenes en el pueblo que hablaban de alistarse ¡¡Más de siete pesetas diarias!! Con ese dinero se comía en el hotel y sobraba para invitar a los amigos. Encima, por si esto era poco, podías salir en el NODO y todas las chicas te veían.
Seguro que cuando volviera con galones o estrellas, nadie me llamaría 'Clavelito' y debería hacerlo cuanto antes porque esa guerra se acabaría pronto".
Esos eran los alicientes. 7,30 pesetas, 4 marcos y "los sueños de un chaval de 17 años que no puede saber nada de la vida, ni del fascismo ni del comunismo", matiza Cela, a la vez que recuerda como se lo contó Joaquín: "Yo no sabía muy bien lo que era la Falange, ni el Comunismo, pero algo así como el fútbol, o eras del Atlétic de Bilbao o del Atlético Aviación, total daba lo mismo y cuando eres joven no interesa otra cosa que dónde se celebran las mejores fiestas y como buscarse la manera de acudir a ellas… Soñábamos con el uniforme, pantalón caqui de la Legión, camisa azul de la Falange y gorra roja de los carlistas y ya nos veíamos como los galanes en el cine o en los desfiles de aquellos documentales sobre la guerra… en sueños no nos ganaba nadie. Siempre pensábamos a quien íbamos a mandar cartas y muchas fotografías con el uniforme de la Wermach y un día a nuestro regreso, seríamos aclamados como héroes". Unos sueños juveniles demasiado infantiles que le llevaron a vivir la más terrible experiencia de su vida, recuerda Cela, quien no podía olvidar el recibimiento que le hicieron y cada día le provocaba más intriga e interés esa biografía que Joaquín Montaña le ocultaba.
- Muchas veces le pedí que me contara su vida y otras tantas me encontré con evasivas; explica el fotógrafo berciano, que estaba dispuesto a cambiar la cámara por la pluma si el divisionario se decidía a abrir el baúl de sus recuerdos.
Hasta que hace tres años se encontró con una respuesta sin evasivas. "Te lo voy a contar", le dijo Joaquín Montaña, y entre café y café Ramón Cela fue tomando nota de lo que le decía aquel personaje al que un día fue a recibir a la estación, al prisionero cautivo en los campos de concentración de Rusia donde incluso había perdido un ojo, al que siempre le había dicho: "No me trataron mal, pero todas las guerras son malas".
Con el capitán Palacios
La primera confesión ya le dejó claro a Cela que estaba ante un gran personaje: "Yo allí estuve en la compañía del capitán Palacios". Eso ya era mucho decir.
"Yo algo sabía y decir que estuvo con Palacios me puso sobre aviso, pero me seguí documentando y fui descubriendo a un tipo de una humanidad tremenda, a un tipo que había decidido pasar página pero era una de las páginas más conmovedoras de aquella cruel contienda".
Por ese hilo, del capitán Palacios, fue encontrando el ovillo de la presencia de Joaquín Montaña en Rusia. Descubrió que había sido quien manejaba un mortero del 50 y el relato de su valentía en el frente. "Una vez se le había acabado las balas del mortero y estaba lanzando las bombas que tenían, que también se le acabaron, pero él seguía allí. Vamos, le dijeron, ¿qué quieres tirarles bolas de nieve?".
Pero Joaquín rehuye personalizar en sí mismo. "Los españoles estábamos muy bien vistos, éramos muy duros, recuerdo que cuando nos cambiaban de campo de concentración los prisioneros nos saludaban con admiración".
Los motivos que llevaron a Joaquín Montaña a la División Azul son muy claros: 7,30 pesetas de sueldo del año 42 y 4 marcos para enviarle la mitad a a su madre en Villafranca". Así explica Ramón Cela cómo un vecino suyo, un villafranquino, acabó alistado en la División Azul y después sufrió 12 años de cárcel en los gulags soviéticos. Hoy Joaquín Montaña es el único ex prisionero de guerra español en las cárceles rusas con vida, con 84 años, y ha llevado su vida a un libro que acaba de publicar con el título de 'En Rusia con la División Azul' (Peñalba Ediciones).
Todas las guerras han dejado una huella imborrable en numerosas biografías humanamente impresionantes, el margen de colores, tendencias o bandos. Por eso Ramón Cela incide en los motivos que llevaron a Joaquín Montaña a combatir en un frente y lo complementa con la postura que mantuvo el berciano al regresar de Rusia. "Yo era un niño pero aún recuerdo cómo fuimos a recibir a Joaquín en el estación de Villafranca a su regreso, como un héroe". Sin embargo, este personaje no se dedicó a pasear sus medallas por Villafranca o a intentar cobrar las prebendas de su odisea. Se convirtió en un ex combatiente al que le gustaba muy poco hablar de aquello que había pasado, respondía con evasivas ("aquello era muy duro", "las guerras siempre son muy crueles" y cosas así).
La versión de Cela la corrobora el propio Joaquín Montaña en esa especie de diario que es el libro: "… Mi madre me preguntaba dónde me había metido dos días que falté. Habíamos ido a León y no queríamos que supieran nada en casa. Entonces la respuesta era fácil y una madre siempre se quiere creer lo que le cuenta su hijo. Seguro que si supiera cuales eran las intenciones, no me dejaría marchar. Siempre era el trabajo la disculpa y que no había quien lo hiciera, por eso había faltado dos días de casa.
Guardamos el secreto hasta que fuimos a tomar el tren. Además había otros jóvenes en el pueblo que hablaban de alistarse ¡¡Más de siete pesetas diarias!! Con ese dinero se comía en el hotel y sobraba para invitar a los amigos. Encima, por si esto era poco, podías salir en el NODO y todas las chicas te veían.
Seguro que cuando volviera con galones o estrellas, nadie me llamaría 'Clavelito' y debería hacerlo cuanto antes porque esa guerra se acabaría pronto".
Esos eran los alicientes. 7,30 pesetas, 4 marcos y "los sueños de un chaval de 17 años que no puede saber nada de la vida, ni del fascismo ni del comunismo", matiza Cela, a la vez que recuerda como se lo contó Joaquín: "Yo no sabía muy bien lo que era la Falange, ni el Comunismo, pero algo así como el fútbol, o eras del Atlétic de Bilbao o del Atlético Aviación, total daba lo mismo y cuando eres joven no interesa otra cosa que dónde se celebran las mejores fiestas y como buscarse la manera de acudir a ellas… Soñábamos con el uniforme, pantalón caqui de la Legión, camisa azul de la Falange y gorra roja de los carlistas y ya nos veíamos como los galanes en el cine o en los desfiles de aquellos documentales sobre la guerra… en sueños no nos ganaba nadie. Siempre pensábamos a quien íbamos a mandar cartas y muchas fotografías con el uniforme de la Wermach y un día a nuestro regreso, seríamos aclamados como héroes". Unos sueños juveniles demasiado infantiles que le llevaron a vivir la más terrible experiencia de su vida, recuerda Cela, quien no podía olvidar el recibimiento que le hicieron y cada día le provocaba más intriga e interés esa biografía que Joaquín Montaña le ocultaba.
- Muchas veces le pedí que me contara su vida y otras tantas me encontré con evasivas; explica el fotógrafo berciano, que estaba dispuesto a cambiar la cámara por la pluma si el divisionario se decidía a abrir el baúl de sus recuerdos.
Hasta que hace tres años se encontró con una respuesta sin evasivas. "Te lo voy a contar", le dijo Joaquín Montaña, y entre café y café Ramón Cela fue tomando nota de lo que le decía aquel personaje al que un día fue a recibir a la estación, al prisionero cautivo en los campos de concentración de Rusia donde incluso había perdido un ojo, al que siempre le había dicho: "No me trataron mal, pero todas las guerras son malas".
Con el capitán Palacios
La primera confesión ya le dejó claro a Cela que estaba ante un gran personaje: "Yo allí estuve en la compañía del capitán Palacios". Eso ya era mucho decir.
"Yo algo sabía y decir que estuvo con Palacios me puso sobre aviso, pero me seguí documentando y fui descubriendo a un tipo de una humanidad tremenda, a un tipo que había decidido pasar página pero era una de las páginas más conmovedoras de aquella cruel contienda".
Por ese hilo, del capitán Palacios, fue encontrando el ovillo de la presencia de Joaquín Montaña en Rusia. Descubrió que había sido quien manejaba un mortero del 50 y el relato de su valentía en el frente. "Una vez se le había acabado las balas del mortero y estaba lanzando las bombas que tenían, que también se le acabaron, pero él seguía allí. Vamos, le dijeron, ¿qué quieres tirarles bolas de nieve?".
Pero Joaquín rehuye personalizar en sí mismo. "Los españoles estábamos muy bien vistos, éramos muy duros, recuerdo que cuando nos cambiaban de campo de concentración los prisioneros nos saludaban con admiración".
"Al liberarnos creímos que lo hacían para hundir el barco"
"Nunca he querido hablar de lo que sufrí para no hacer sufrir a los míos" Un niño con uniforme
"Nunca he querido hablar de lo que sufrí para no hacer sufrir a los míos"
Entre los testimonios más esclarecedores de cómo un chaval como Joaquín Montaña puede acabar en un campo de concentración en Rusia están los motivos que le llevaron a alistarse con sólo 17 años (falsificando el carnet de identidad), entre los que reconoce la vistosidad de los uniformes de la Legión o los carlistas, por ejemplo. En la imagen de la izquierda aparece el divisionario de Villafranca del Bierzo a su llegada a Barcelona, camino de Rusia, y a la derecha aparece Joaquín Montaña en una imagen anterior a la contienda. Nada que ver con el que aparece en las páginas anteriores, en las que muestra una de las secuelas de su presencia en la misma, la pérdida de un ojo.
"Hace 3 años me dijo, ya te lo voy a contar"
La parte más conmovedora del libro, y el detonante del mismo, es el testimonio en primera persona de Joaquín Montaña González que ha recogido el conocido fotógrafo villafranquino Ramón Cela, su paisano, el que se pasó mucho tiempo pidiéndole que le contara su vida. "Yo se que no soy un virtuoso de la pluma, pero Joaquín se decidió a contarme su peripecia porque los dos somos de Vallafranca, porque tenemos una amistad entre las familias y el testimonio era tan conmovedor que creo que merecía la pena el esfuerzo. Aún recuerdo cuando hace tres años me dijo: Ya te lo voy a contar".
F. Fernández / Villafranca
Ramón Cela ha hecho un importante esfuerzo documental para arropar la historia de Joaquín Montaña. Ha dividido varios apartados en los que aborda aspectos como la presencia debercianos en la División Azul con una relación de los mismos entre los que figuranonce de Villafranca (el pueblo de Montaña y Cela); un perfil biográfico y una semblanza de algún divisionario vinculado al Bierzo, (como el que fuera presidente de la Hermandad yalcalde de Ponferrada Luis Nieto; un diario de Federico Menéndez Gundín, asturiano pero de raíces leonesas o Jesús Pérez Lezama, de San Miguel de las Dueñas. "He bebido en diversas fuentes, antagónicas en muchas ocasiones, para acercarme más a la realidad de lo que fue y supuso la División Azul".
Pero el plato fuerte del libro es, sin duda, el relato autobiográfico que realiza el propio Joaquín Montaña y transcribe Ramón Cela. Un relato directo, sin concesiones, como fue la vida en aquellas circunstancias: "Era aterrador el estruendo de los proyectiles cayendo por todas partes. Aquí fue donde conocimos bien lo que era la guerra, la destrucción era total, la muerte se palpaba y cuando fumabas un cigarrillo siempre pensabas que sería el último.
Los cadáveres se amontonaban y ni les mirabas, sólo veías un bulto que parecía formar parte del paisaje. Por eso yo nunca quise hablar de lo que he visto, de lo que he sufrido y se que si lo hubiera hecho mi familia habría sentido parte de los sufrimientos que yo he padecido"· Ahí está la clave de ese silencio que mantuvo durante toda su vida y que rompe ahora, tal vez porque crea que estos sufrimientos ya no se produzcan o porque ya es mayor y quiere dejar constancia de su testimonio para que no se vuelva a repetir".
Especialmente duro fue el pasaje de las tres huelgas de hambre que hicieron los españoles para protestar por las condiciones de vida del campo de concentración. Joaquín Montaña las secundó todas hasta el final, para admiración de los soldados de otros países que decían: "Nos estamos muriendo de hambre y estos se niegan a comer". Así fue como los españoles se ganaron merecida fama de duros y entre ellos el leonés, que padeció graves secuelas por su postura.
Jamás creyeron que saldrían vivos, incluso al ser liberados. "Estábamos convencidos de que nos metían en un barco para hundirnos en alta mar".
Ramón Cela ha hecho un importante esfuerzo documental para arropar la historia de Joaquín Montaña. Ha dividido varios apartados en los que aborda aspectos como la presencia debercianos en la División Azul con una relación de los mismos entre los que figuranonce de Villafranca (el pueblo de Montaña y Cela); un perfil biográfico y una semblanza de algún divisionario vinculado al Bierzo, (como el que fuera presidente de la Hermandad yalcalde de Ponferrada Luis Nieto; un diario de Federico Menéndez Gundín, asturiano pero de raíces leonesas o Jesús Pérez Lezama, de San Miguel de las Dueñas. "He bebido en diversas fuentes, antagónicas en muchas ocasiones, para acercarme más a la realidad de lo que fue y supuso la División Azul".
Pero el plato fuerte del libro es, sin duda, el relato autobiográfico que realiza el propio Joaquín Montaña y transcribe Ramón Cela. Un relato directo, sin concesiones, como fue la vida en aquellas circunstancias: "Era aterrador el estruendo de los proyectiles cayendo por todas partes. Aquí fue donde conocimos bien lo que era la guerra, la destrucción era total, la muerte se palpaba y cuando fumabas un cigarrillo siempre pensabas que sería el último.
Los cadáveres se amontonaban y ni les mirabas, sólo veías un bulto que parecía formar parte del paisaje. Por eso yo nunca quise hablar de lo que he visto, de lo que he sufrido y se que si lo hubiera hecho mi familia habría sentido parte de los sufrimientos que yo he padecido"· Ahí está la clave de ese silencio que mantuvo durante toda su vida y que rompe ahora, tal vez porque crea que estos sufrimientos ya no se produzcan o porque ya es mayor y quiere dejar constancia de su testimonio para que no se vuelva a repetir".
Especialmente duro fue el pasaje de las tres huelgas de hambre que hicieron los españoles para protestar por las condiciones de vida del campo de concentración. Joaquín Montaña las secundó todas hasta el final, para admiración de los soldados de otros países que decían: "Nos estamos muriendo de hambre y estos se niegan a comer". Así fue como los españoles se ganaron merecida fama de duros y entre ellos el leonés, que padeció graves secuelas por su postura.
Jamás creyeron que saldrían vivos, incluso al ser liberados. "Estábamos convencidos de que nos metían en un barco para hundirnos en alta mar".
"Al liberarnos creímos que lo hacían para hundir el barco"
"Nunca he querido hablar de lo que sufrí para no hacer sufrir a los míos"
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Publicado por Victorino Redondo F. para HdB el 3/28/2010 01:50:00 PM