CON VIENTO FRESCO
Diario de Leon
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JOSÉ A. BALBOA DE PAZ
EN 1958, CON MOTIVO del cincuenta aniversario de la proclamación de la Virgen de la Encina como patrona del Bierzo, la imagen de la Morenica realizó una visita por todos los pueblos de la comarca. Fue un acontecimiento impresionante, multitudinario; visita que, en cierto modo, tenía como objetivo unir y restañar las heridas de una guerra fratricida aún no superada. También nos sumamos muchos niños que, en nuestros respectivos pueblos, salimos endomingados a la carretera, con banderitas, a recibir a la patrona; así lo recuerdo. Al término de la peregrinación, algún alcalde de la época tuvo la feliz idea de proponer, que del mismo modo que la Virgen había visitado los municipios de la comarca, fueran éstos a visitarla a su santuario ponferradino el día de su fiesta, el ocho de septiembre. Así nació la costumbre de ofrendar a la patrona cada municipio, de forma rotativa, y llevarle los productos típicos del lugar y, como oración, las preocupaciones de sus gentes.
Este año le correspondió al de Oencia, un municipio del oeste berciano enraizado en las estribaciones de las sierras del Caurel y de la Encina de la Lastra. Su territorio, paisaje verdeante, es un conjunto de pequeños valles de montaña, por los que corren varios cursos de agua jerarquizados en torno al Selmo, río que durante siglo movió las ruedas de los mazos y barquines de algunas ferrerías, lo que permitió a esas montañas ásperas y pobres en recursos agropecuarios mantener una animada actividad industrial y una población superior a las 2.000 almas. La desaparición de las ferrerías a finales del XIX provocó una emigración que ha convertido al de Oencia en un municipio de poco más de 500 habitantes, cuyo principal recurso son las canteras de pizarra, que desgarran su bello paisaje. Su alcalde, el inefable Estanga Rebollal, fue el encargado de realizar la ofrenda y el discurso, en el que se superó a si mismo y a todos los que le precedieron en banalidades, extravagancias y comparaciones seudorreligiosas fuera de lugar. Aunque se trata de un acto entre lo religioso y lo profano, algunos parecen olvidar dónde se encuentran y cuál es su cometido en dicho acto.
Por ese carácter entre lo religioso y lo profano no ha sido inusual utilizarlo como plataforma reivindicativa de nuestra autonomía. Al fin y al cabo la Virgen de la Encina, como patrona del Bierzo, es un signo de identidad comarcal y un lazo de cohesión indiscutible, por más que el Consejo Comarcal no haya logrado poner de acuerdo a sus miembros para instituir ese día como fiesta de la comarca; hay todavía demasiados localismos y recelos. No hay que olvidar que durante los años de la transición fueron frecuentes los actos de afirmación comarcal, y la reivindicación de una autonomía administrativa era reiterada año tras año en los tiempos del recordado Celso López Gavela. Creo que siempre se hizo con discreción y buen gusto, sin estridencias que deslucieran el acto religioso. Fruto de aquel sentimiento y de aquellas reivindicaciones fue el estatuto de comarcalización, aprobado por las Cortes de Castilla y León en 1991. Desde entonces, a veces con más pena que gloria, existe un gobierno comarcal.
Me imagino que lo de este año fue una anécdota, pero también puede ser una metáfora de la política y de la imagen cada vez más alejada de los políticos respecto a las preocupaciones de los ciudadanos. No es admisible que la imagen del Consejo Comarcal sea, no la de una institución pública que busca mejorar las condiciones de vida de los bercianos, sino la de un ente envuelto en guerras partidistas y, lo que aún es peor, un motivo de enfrentamiento entre sectores de un mismo partido, quizá por entender su labor no como un servicio a los ciudadanos sino como un medio para medrar en la vida. No digo que esto sea toda la verdad, pero la imagen que proyectan estas riñas y desavenencias es esa y, ante ellas, muchos comienza a pensar, con algún fundamento, que es una institución superflua, derrochadora del dinero público
Este año le correspondió al de Oencia, un municipio del oeste berciano enraizado en las estribaciones de las sierras del Caurel y de la Encina de la Lastra. Su territorio, paisaje verdeante, es un conjunto de pequeños valles de montaña, por los que corren varios cursos de agua jerarquizados en torno al Selmo, río que durante siglo movió las ruedas de los mazos y barquines de algunas ferrerías, lo que permitió a esas montañas ásperas y pobres en recursos agropecuarios mantener una animada actividad industrial y una población superior a las 2.000 almas. La desaparición de las ferrerías a finales del XIX provocó una emigración que ha convertido al de Oencia en un municipio de poco más de 500 habitantes, cuyo principal recurso son las canteras de pizarra, que desgarran su bello paisaje. Su alcalde, el inefable Estanga Rebollal, fue el encargado de realizar la ofrenda y el discurso, en el que se superó a si mismo y a todos los que le precedieron en banalidades, extravagancias y comparaciones seudorreligiosas fuera de lugar. Aunque se trata de un acto entre lo religioso y lo profano, algunos parecen olvidar dónde se encuentran y cuál es su cometido en dicho acto.
Por ese carácter entre lo religioso y lo profano no ha sido inusual utilizarlo como plataforma reivindicativa de nuestra autonomía. Al fin y al cabo la Virgen de la Encina, como patrona del Bierzo, es un signo de identidad comarcal y un lazo de cohesión indiscutible, por más que el Consejo Comarcal no haya logrado poner de acuerdo a sus miembros para instituir ese día como fiesta de la comarca; hay todavía demasiados localismos y recelos. No hay que olvidar que durante los años de la transición fueron frecuentes los actos de afirmación comarcal, y la reivindicación de una autonomía administrativa era reiterada año tras año en los tiempos del recordado Celso López Gavela. Creo que siempre se hizo con discreción y buen gusto, sin estridencias que deslucieran el acto religioso. Fruto de aquel sentimiento y de aquellas reivindicaciones fue el estatuto de comarcalización, aprobado por las Cortes de Castilla y León en 1991. Desde entonces, a veces con más pena que gloria, existe un gobierno comarcal.
Me imagino que lo de este año fue una anécdota, pero también puede ser una metáfora de la política y de la imagen cada vez más alejada de los políticos respecto a las preocupaciones de los ciudadanos. No es admisible que la imagen del Consejo Comarcal sea, no la de una institución pública que busca mejorar las condiciones de vida de los bercianos, sino la de un ente envuelto en guerras partidistas y, lo que aún es peor, un motivo de enfrentamiento entre sectores de un mismo partido, quizá por entender su labor no como un servicio a los ciudadanos sino como un medio para medrar en la vida. No digo que esto sea toda la verdad, pero la imagen que proyectan estas riñas y desavenencias es esa y, ante ellas, muchos comienza a pensar, con algún fundamento, que es una institución superflua, derrochadora del dinero público