Después del infructuoso intento de conquistar Astorga en octubre de 1809, el 21 de marzo de 1810 los franceses establecieron un cerco alrededor de la capital maragata con el propósito de tomar tan codiciada plaza. Al mes siguiente, el general Junot se sumó al asedio de una ciudad que ya padecía los estragos del hambre y la falta de municiones
Texto: Javier Tomé y José María Muñiz
El 20 de abril, todas las baterías galas abrieron fuego de forma simultánea, provocando un cañoneo tan atronador que se oía desde León. Al rayar el alba del día 21, y según relata Ángel Salcedo en su monografía sobre la heroica ciudad, unas granadas caídas sobre la Catedral prendieron fuego a la sacristía, incendio que pudo ser atajado con prontitud gracias al esfuerzo de los vecinos. No corrieron la misma suerte distintas viviendas sitas en Rectivía y en las calles de Santa Marta y Sancti Spiritus, arrasadas por las bombas del enemigo.
A las once de la mañana de aquel mismo día se destacó de la trinchera más próxima un soldado con bandera blanca y, una vez adentrado en la plaza, se identificó como español y cabo del Batallón de Voluntarios de Ribadeo, que había sido capturado en Foncebadón. Traía un recado de Junot para el gobernador de Astorga, diciendo que si no se rendía en el plazo improrrogable de dos horas, sus tropas entrarían en la ciudad a sangre y fuego, pasando a cuchillo a todos los que estaban dentro, sin respetar edad ni sexo. El rehén añadió que los franceses ocupaban todos los puertos exteriores, sin que se pudiera esperar socorro alguno por parte del ejército español. Celebró entonces Santocildes una conferencia con los jefes militares, manifestando todos ellos que no procedía rendirse sin haber sufrido un ataque general. Es más, el soldado que trajo la misiva de Junot se negó a volver con la respuesta, pidiendo un fusil para seguir luchando por la patria.
Fue un oficial de los encargados de defender Rectivía quien comunicó la negativa al general galo, quien le mostró los 14.000 soldados que ya estaban preparados para el ataque final. A eso de las dos y media, 2.000 franceses se lanzaron a paso de carga sobre Rectivía, amparada por apenas medio centenar de voluntarios leoneses. Cuando el arrabal parecía a punto de caer, salieron por la Puerta del Obispo el resto de voluntarios de León y varias compañías de Lugo y de Santiago, trabándose unos y otros en un feroz combate a bayoneta calada y arma blanca. La llegada de nuevos refuerzos desde el interior decidió la lucha, pues los galos hubieron de retirarse dejando un montón de cadáveres.
Cargan los granaderos
Sin arredrarse lo más mínimo, un contingente de 1.000 granaderos, fogueados en los campos de batalla de toda Europa, se lanzó sobre la brecha abierta en la muralla, equipados con escalas y asaltos. A pesar de las descargas de fusilería que diezmaban sus filas, lograron entrar en la ciudad y llegar hasta la Catedral, pero la violenta respuesta de los paisanos lograría expulsar a los intrépidos invasores, aunque no alejarlos de la muralla. Y allí mismo se dispusieron a pasar la noche, preparados para reanudar el combate con los primeros rayos de sol. En las calles de Astorga se encendieron fogatas, desde las que se oían perfectamente los golpes de piqueta con que los franceses trataban de colocar minas en el cerco de piedra.
Pese a la proeza de rechazar a los granaderos, la suerte de Astorga ya estaba decidida. Así lo comprendió Santocilces al hacer recuento de las municiones existentes, apenas treinta disparos de fúsil por hombre, veinte tiros de cañón, una bomba y una granada. Y con los torreones de la muralla a punto de derrumbarse, lo que dejaría indefensos a los ciudadanos ante la última y despiadada carga francesa. La junta de jefes se reunió a la una de la madrugada, manifestando su sorpresa ante la sugerencia de capitular que presentó el brigadier catalán. Pero al conocer las escasas municiones restantes, y sobre todo con la intención de salvaguardar al desguarnecido vecindario, se acordó enarbolar bandera blanca al amanecer. Y si el enemigo se negaba a pactar una capitulación honrosa, lucharían todos hasta la muerte. Antes, Santocildes se trasladó al Ayuntamiento para comunicar su decisión a los munícipes astorganos.
Honrosa capitulación El gobernador puso en conocimiento de las autoridades civiles la carencia de municiones, así como la superioridad absoluta de las fuerzas enemigas, como demostraban los dos puntos de la muralla que ya habían sido flanqueados por los franceses. El Ayuntamiento estuvo de acuerdo en solicitar una capitulación honrosa, a excepción del Sr. Martínez Flórez, dispuesto a no ceder en ningún caso. Pero el personaje que brilló con luz propia en aquella lúgubre y memorable sesión, celebrada a primeras horas de la mañana del 22 de abril, fue el anciano Pedro Costilla, antiguo corregidor de Astorga y persona muy importante en la vida social. Santocildes, en su Resumen histórico , recuerda así la actuación del veterano patriota: Este virtuoso y venerable anciano, de más de sesenta años de edad, renovando en su corazón toda la fuerza de la juventud y toda la virtud de los héroes, a pesar de estar convencido de la absoluta necesidad de admitir una capitulación honrosa, prorrumpió lleno de entusiasmo: ¡Muramos como los numantinos!
Al clarear el día se colocó una bandera blanca en la Puerta del Obispo, mientras que el oficial Guerrero cabalgaba hasta las líneas francesas para entregar la capitulación, que Junot firmó sin apenas leerla. A eso de las once entró en Astorga el general Boyer para tomar posesión oficial de la plaza, seguido poco después por Junot, que no quiso aceptar el sable que le tendía Santocildes en señal de rendición. Según el acuerdo firmado en el protocolo de capitulación, la tropa española superviviente, exhausta después de semejante lección de coraje, fanatismo y valor, formó en columna y comenzó a desfilar por el camino real hacia La Bañeza, escoltada por 10.000 soldados franceses que miraban pasar con respeto y admiración a sus antiguos enemigos.
¡No me rindo! Entre los soldados que debían partir de Astorga una vez consumada la derrota se contaba el húsar Tiburcio Álvarez, nacido en Villafrades, un pueblecito de Valladolid, allá por 1785. Había destacado sobremanera durante las aciagas jornadas del sitio, sobresaliendo por su ardoroso patriotismo en acciones como la acontecida el 12 de marzo. El propio José María Santocildes refiere: a presencia de toda la guarnición y habitantes sacó libre a una guerrilla de cuarenta tiradores de esta plaza, que habiendo empeñado una defensa obstinada a un cuarto de legua con una descubierta enemiga superior en número, no solo en infantería sino en caballería, y habiendo sido envuelta por los enemigos y cortada por otra partida de caballería, Tiburcio contuvo con algún otro soldado de veinte y dos caballos que se componía su partida, a los enemigos que atacaban a la guerrilla en retirada, y cargándolos de nuevo, hirió de un golpe de sable al comandante francés que la mandaba, dando lugar con esta acción a que la guerrilla, reponiéndose y adquiriendo mucho valor, los atacara a su ejemplo y los persiguiese, matando algunos franceses y obligándoles a salvarse cada uno como pudo. No menor arrojo mostraría cuando los franceses abrieron brecha en la muralla, pues se presentó voluntario a defender cuerpo a cuerpo la entrada de los enemigos, teniendo el honor de matar con un puñal al primer oficial que intentó traspasar aquel punto que consideraba sagrado. Su extraordinaria figura se ha rodeado por el aura de la leyenda, agrandada en la fantasía popular. Según Salcedo, Tiburcio Álvarez iba a la vanguardia de la columna que salía de la capital maragata con destino a La Bañeza. En ese momento, excitado por la aparatosa ceremonia del desfile, disparó su carabina apuntando al general Boyer, mientras gritaba: Si todos se rinden, yo no me rindo . Otra versión sugiere que, arrojando el fúsil al suelo, Tiburcio se lanzó sobre el enemigo y mató unos cuantos franceses con su sable antes de ser reducido. Portentosa hazaña merecedora de la correspondiente composición poética:
Tiburcio mató a un francés
gritando: ¡Yo no me rindo!
Y después lo fusilaron¿ dicen que por asesino. Los hechos reales no ocurrieron exactamente así, tal como anota Santocildes al referirse al heroico húsar: Este fue pasado por las armas por los franceses, por haber intentado matar a un edecán del general Boyer, después de rendida la plaza y firmada la capitulación. Testigos presenciales de los acontecimientos afirman que Tiburcio Álvarez estaba con sus camaradas de armas cuando vio entrar a grupos de franceses en Astorga. Al conocer que se había firmado la rendición, gritó en forma desaforada ¡yo no capitulo! y se lanzó sable en mano contra los gabachos, salvando uno de ellos la vida al refugiarse en un portal. Llevado a presencia de Junot y juzgado sumariamente, fue pasado por las armas al pie de un negrillo, a la salida de Rectivía para la Fuente Encalada, y allí mismo recibió precaria sepultura. Con el paso del tiempo la figura de Tiburcio Álvarez iría cobrando tintes más épicos, acrecentados tras el decreto emitido por las Cortes de Cádiz el día 30 de junio de 1811, expedido para premiar la gloriosa resistencia de Astorga a las huestes francesas. Con respecto al mártir, afirma: pereció víctima de su resolución y de la patria, con la serenidad propia de las almas grandes, aparte de recomendar la justa recompensa y honrosa memoria de su entusiasmo y heroicidad. Emotivas palabras para cerrar la semblanza de uno de los más señeros protagonistas de la Guerra de la Independencia.
A las once de la mañana de aquel mismo día se destacó de la trinchera más próxima un soldado con bandera blanca y, una vez adentrado en la plaza, se identificó como español y cabo del Batallón de Voluntarios de Ribadeo, que había sido capturado en Foncebadón. Traía un recado de Junot para el gobernador de Astorga, diciendo que si no se rendía en el plazo improrrogable de dos horas, sus tropas entrarían en la ciudad a sangre y fuego, pasando a cuchillo a todos los que estaban dentro, sin respetar edad ni sexo. El rehén añadió que los franceses ocupaban todos los puertos exteriores, sin que se pudiera esperar socorro alguno por parte del ejército español. Celebró entonces Santocildes una conferencia con los jefes militares, manifestando todos ellos que no procedía rendirse sin haber sufrido un ataque general. Es más, el soldado que trajo la misiva de Junot se negó a volver con la respuesta, pidiendo un fusil para seguir luchando por la patria.
Fue un oficial de los encargados de defender Rectivía quien comunicó la negativa al general galo, quien le mostró los 14.000 soldados que ya estaban preparados para el ataque final. A eso de las dos y media, 2.000 franceses se lanzaron a paso de carga sobre Rectivía, amparada por apenas medio centenar de voluntarios leoneses. Cuando el arrabal parecía a punto de caer, salieron por la Puerta del Obispo el resto de voluntarios de León y varias compañías de Lugo y de Santiago, trabándose unos y otros en un feroz combate a bayoneta calada y arma blanca. La llegada de nuevos refuerzos desde el interior decidió la lucha, pues los galos hubieron de retirarse dejando un montón de cadáveres.
Cargan los granaderos
Sin arredrarse lo más mínimo, un contingente de 1.000 granaderos, fogueados en los campos de batalla de toda Europa, se lanzó sobre la brecha abierta en la muralla, equipados con escalas y asaltos. A pesar de las descargas de fusilería que diezmaban sus filas, lograron entrar en la ciudad y llegar hasta la Catedral, pero la violenta respuesta de los paisanos lograría expulsar a los intrépidos invasores, aunque no alejarlos de la muralla. Y allí mismo se dispusieron a pasar la noche, preparados para reanudar el combate con los primeros rayos de sol. En las calles de Astorga se encendieron fogatas, desde las que se oían perfectamente los golpes de piqueta con que los franceses trataban de colocar minas en el cerco de piedra.
Pese a la proeza de rechazar a los granaderos, la suerte de Astorga ya estaba decidida. Así lo comprendió Santocilces al hacer recuento de las municiones existentes, apenas treinta disparos de fúsil por hombre, veinte tiros de cañón, una bomba y una granada. Y con los torreones de la muralla a punto de derrumbarse, lo que dejaría indefensos a los ciudadanos ante la última y despiadada carga francesa. La junta de jefes se reunió a la una de la madrugada, manifestando su sorpresa ante la sugerencia de capitular que presentó el brigadier catalán. Pero al conocer las escasas municiones restantes, y sobre todo con la intención de salvaguardar al desguarnecido vecindario, se acordó enarbolar bandera blanca al amanecer. Y si el enemigo se negaba a pactar una capitulación honrosa, lucharían todos hasta la muerte. Antes, Santocildes se trasladó al Ayuntamiento para comunicar su decisión a los munícipes astorganos.
Honrosa capitulación El gobernador puso en conocimiento de las autoridades civiles la carencia de municiones, así como la superioridad absoluta de las fuerzas enemigas, como demostraban los dos puntos de la muralla que ya habían sido flanqueados por los franceses. El Ayuntamiento estuvo de acuerdo en solicitar una capitulación honrosa, a excepción del Sr. Martínez Flórez, dispuesto a no ceder en ningún caso. Pero el personaje que brilló con luz propia en aquella lúgubre y memorable sesión, celebrada a primeras horas de la mañana del 22 de abril, fue el anciano Pedro Costilla, antiguo corregidor de Astorga y persona muy importante en la vida social. Santocildes, en su Resumen histórico , recuerda así la actuación del veterano patriota: Este virtuoso y venerable anciano, de más de sesenta años de edad, renovando en su corazón toda la fuerza de la juventud y toda la virtud de los héroes, a pesar de estar convencido de la absoluta necesidad de admitir una capitulación honrosa, prorrumpió lleno de entusiasmo: ¡Muramos como los numantinos!
Al clarear el día se colocó una bandera blanca en la Puerta del Obispo, mientras que el oficial Guerrero cabalgaba hasta las líneas francesas para entregar la capitulación, que Junot firmó sin apenas leerla. A eso de las once entró en Astorga el general Boyer para tomar posesión oficial de la plaza, seguido poco después por Junot, que no quiso aceptar el sable que le tendía Santocildes en señal de rendición. Según el acuerdo firmado en el protocolo de capitulación, la tropa española superviviente, exhausta después de semejante lección de coraje, fanatismo y valor, formó en columna y comenzó a desfilar por el camino real hacia La Bañeza, escoltada por 10.000 soldados franceses que miraban pasar con respeto y admiración a sus antiguos enemigos.
¡No me rindo! Entre los soldados que debían partir de Astorga una vez consumada la derrota se contaba el húsar Tiburcio Álvarez, nacido en Villafrades, un pueblecito de Valladolid, allá por 1785. Había destacado sobremanera durante las aciagas jornadas del sitio, sobresaliendo por su ardoroso patriotismo en acciones como la acontecida el 12 de marzo. El propio José María Santocildes refiere: a presencia de toda la guarnición y habitantes sacó libre a una guerrilla de cuarenta tiradores de esta plaza, que habiendo empeñado una defensa obstinada a un cuarto de legua con una descubierta enemiga superior en número, no solo en infantería sino en caballería, y habiendo sido envuelta por los enemigos y cortada por otra partida de caballería, Tiburcio contuvo con algún otro soldado de veinte y dos caballos que se componía su partida, a los enemigos que atacaban a la guerrilla en retirada, y cargándolos de nuevo, hirió de un golpe de sable al comandante francés que la mandaba, dando lugar con esta acción a que la guerrilla, reponiéndose y adquiriendo mucho valor, los atacara a su ejemplo y los persiguiese, matando algunos franceses y obligándoles a salvarse cada uno como pudo. No menor arrojo mostraría cuando los franceses abrieron brecha en la muralla, pues se presentó voluntario a defender cuerpo a cuerpo la entrada de los enemigos, teniendo el honor de matar con un puñal al primer oficial que intentó traspasar aquel punto que consideraba sagrado. Su extraordinaria figura se ha rodeado por el aura de la leyenda, agrandada en la fantasía popular. Según Salcedo, Tiburcio Álvarez iba a la vanguardia de la columna que salía de la capital maragata con destino a La Bañeza. En ese momento, excitado por la aparatosa ceremonia del desfile, disparó su carabina apuntando al general Boyer, mientras gritaba: Si todos se rinden, yo no me rindo . Otra versión sugiere que, arrojando el fúsil al suelo, Tiburcio se lanzó sobre el enemigo y mató unos cuantos franceses con su sable antes de ser reducido. Portentosa hazaña merecedora de la correspondiente composición poética:
Tiburcio mató a un francés
gritando: ¡Yo no me rindo!
Y después lo fusilaron¿ dicen que por asesino. Los hechos reales no ocurrieron exactamente así, tal como anota Santocildes al referirse al heroico húsar: Este fue pasado por las armas por los franceses, por haber intentado matar a un edecán del general Boyer, después de rendida la plaza y firmada la capitulación. Testigos presenciales de los acontecimientos afirman que Tiburcio Álvarez estaba con sus camaradas de armas cuando vio entrar a grupos de franceses en Astorga. Al conocer que se había firmado la rendición, gritó en forma desaforada ¡yo no capitulo! y se lanzó sable en mano contra los gabachos, salvando uno de ellos la vida al refugiarse en un portal. Llevado a presencia de Junot y juzgado sumariamente, fue pasado por las armas al pie de un negrillo, a la salida de Rectivía para la Fuente Encalada, y allí mismo recibió precaria sepultura. Con el paso del tiempo la figura de Tiburcio Álvarez iría cobrando tintes más épicos, acrecentados tras el decreto emitido por las Cortes de Cádiz el día 30 de junio de 1811, expedido para premiar la gloriosa resistencia de Astorga a las huestes francesas. Con respecto al mártir, afirma: pereció víctima de su resolución y de la patria, con la serenidad propia de las almas grandes, aparte de recomendar la justa recompensa y honrosa memoria de su entusiasmo y heroicidad. Emotivas palabras para cerrar la semblanza de uno de los más señeros protagonistas de la Guerra de la Independencia.
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Publicado por VRedondoF para Ancestros el 7/28/2008 06:17:00 PM